miércoles, 25 de marzo de 2009

El Santísimo

No hay mayor dignidad, no hay mayor tesoro, no hay mayor placer, que el contemplar al Señor Jesucristo expuesto a los ojos del mundo. Qué misterio tan inefable es la hermosura del Creador hecha carne y por amor al hombre, sacramentada.
No hay mayor ternura que la que ha tenido el Señor Jesús con nosotros.
Decía el Santo Padre Juan Pablo II, “¿De qué tenemos miedo, Señor?”… y sólo frente a Éste Misterio podemos entender la profundidad que encierran estas palabras.
Éste es el alimento que da la vida eterna, la fuerza del cristiano, el consuelo del afligido, la caricia de Dios, el beso del Señor.

Por mucho que he intentado yo, no he sido capaz aún, de ver con los ojos de la fe… y es terrible, es terrible porque las Gracias se derraman… y se despilfarran. El Señor Jesús tenga piedad de mí y del mundo entero por no adorar correctamente su Santo Cuerpo.

“Yo soy la Luz del mundo, aquél que me sigue no andará perdido”, dice el Señor. Pero no bastando sus palabras claras, quiso hacerse comida y bebida para así poder ver, oler, tocar, sentir… comer, la Vida, la vida eterna.

¿A quién acudiremos para ser educados frente a tan Santo Misterio?... María fue, es y seguirá siendo, el primer sagrario que portó la Vida.
No es de vacilar al acudir prontamente a la Virgen María, para que nos ayude a hacer de nuestro corazón una custodia, para que siendo así podamos exponerlo como el Santísimo que es. Que lo adoren los pueblos y las naciones, que se postren ante él los soberbios y orgullosos. Pero antes que nada… que se postre ante él nuestro corazón.

Muchas veces se pierde el tiempo pensando cómo rezar, qué formular ante Su mirada… y esto ocurre normalmente cuando no tenemos nada que decir. Por increíble que parezca, es posible tener al Señor Jesús frente a nosotros y no saber qué decir, es posible. Sin embargo, no hay actitud más inteligente en estos casos que tan solo ver y adorar. Adorar sin hablar, sin pensar, solo callar.
No sea que nuestra torpeza sea obstáculo para la Voz de Dios. Es por eso que el silencio se vuelve un aliado en esta adoración.

Pobre es mi espíritu para llegar a entender lo que encierra este Divino Sacramento, más que puedo hacer yo, sino solo adorar. Él, que nos lo ha dado todo, que nos ha amado tanto, ¿qué podemos darle de vuelta?... Dios perdone nuestra ingratitud.

Con orgullo sano adoro el Sacramento, pues el Rey de Reyes es quien me ha llamado a ser apóstol. Con paciencia aprendo a dejar la resignación y a acoger la Verdad.
“Por mi causa serán perseguidos” ha dicho Él, ¿cuál es la gran sorpresa pues, de este mundo vacío y hueco?
Aprender a ver en Éste Sacramento, la verdadera Luz del mundo que espera ser adorada en cada Iglesia.

Que el mundo sepa por el ardor vivo del cristiano santo, que el Señor del Universo se ha querido entregar en tan pequeña y humilde forma.
Que la torpe lógica del mundo no entontezca la lógica del amor que debe tener cada cristiano en su corazón.
Dios perdone a los que no doblan sus rodillas ante el Rey de Reyes.

Decía un gran santo que, en la Última Cena, el Señor Jesús al decir las palabras de la consagración mientras levantaba el pan, se tenía a Sí mismo en las manos. Qué profundidad la que encierra el Amor de Dios, que sencillez, para confundir a los sabios y letrados.

Yo por mi parte, no termino de enamorarme de Jesucristo, pues cada vez que creo haberlo amado, veo una relación desnivelada, pues no podré jamás darle algo que Él necesite. Algo que yo tenga que no venga de Él y, me conmueve tanto el que, siendo así, a Él no le interesa.

Pido a la Virgen Madre que me eduque cada hora, para poder adorar de mejor manera tan insondable Sacramento dejado a la humanidad, y a la vez no dejo de pedir perdón por cada abuso que le es propiciado. Perdón por la ignorancia del mundo, perdón por mi ignorancia. Solo ruego a los Cielos que están inundados ya de santos, que me hinchen el corazón de fe, para así poder ver aquello que está más allá. 

Cuaresma: Camino de conversión +

Prontos a la fiesta definitiva de nuestra fe, el centro vivo de la Cristiandad, la Pascua. La Cuaresma se torna en un verdadero camino de conversión en el que hay todo un dinamismo que responde al hombre de una forma integral, hasta el punto de tocar su mismidad y llevarlo con plena consciencia de voluntad a una conversión, a un encuentro con un Jesucristo crucificado, un Jesucristo personal que, de una forma concreta y palpable responde a los anhelos únicos de ésa persona.

El proceso de amorización
Por el sendero de María, Madre del Crucificado

La Virgen Madre que, preparando su corazón para ser traspasado por una espada de dolor – como se lo predijo Simeón – nos da un ejemplo perfecto de este “camino” a la conversión. Ella en sí misma es un reflejo del dolor de su Hijo.
Ella, que guarda todo en su corazón para meditarlo, nos da una serie de actitudes/virtudes que nos marcan el sendero seguro hacia un dolor profundo y cargado de vivencias que se resumen en el Amor.
Sin duda, de esta psicología maternal en todo su sentido, nos muestra que, para llegar a esta Pascua tan anhelada, a esa resurrección tan anunciada, a esa conversión pretendida, es necesario el dolor.

María resguarda en sus ojos los encuentros definitivos con el Hijo. Los momentos de la Cruz.
Dirá entonces el Salvador en el momento definitivo para la humanidad: “Madre, he aquí a tu hijo, hijo he aquí a tu Madre”, dándole a la Virgen el título eterno y universal de Madre de la humanidad.
Era necesario pues, como cuando una madre da a luz a sus hijos que, se hagan presentes los dolores de parto. En María, era la crucifixión de su Único Hijo, los dolores de parto para el nacimiento de la humanidad entera, de nosotros, sus hijos.

Al encuentro con el Señor Jesús, El Crucificado
Guiado por un amor recio y profundo, lleno de experiencias de dolor-alegría, nos vemos de rodillas junto a la Madre, ante un Jesucristo clavado en una cruz. Clavado no ya por los clavos, sino por nuestros pecados.
Ya no es Él quien carga la cruz, sino que, es la cruz quien lo sostiene a Él.

La forma más perfecta de estar listos para este encuentro es practicar el silencio de María. El verdadero silencio, llevado con un sentido que responde a la oración, a la vida y al apostolado. El silencio que es necesario para poder encontrar en nuestro interior esa vocación al dolor y la penitencia, que luego nos realiza y nos hace partícipes de la alegría y el gozo de la felicidad eterna en el Crucificado-Resucitado.

Dolor-Alegría
La relación personal con Jesucristo y su Madre, nos abre el paso a la comprensión de uno de los misterios más grandes del corazón de Dios. El dinamismo del dolor y la alegría.

Un dolor que no duele en sí mismo, sino que duele en cuanto se apoya para ser dolor. La razón por la que se está dispuesto a todo, dando homenaje a la disponibilidad de la propia vida para aquella causa.
El dolor del Señor, de verse desnudo, abandonado, golpeado y atribulado. El dolor de enfrentarse a la actitud agresiva e irracional del hombre que, dándole la espalda a su Salvador, continúa pidiendo una respuesta para su vida, cuando ya ha crucificado a la Verdad.
El dolor de la Virgen, de dar a luz a los hijos que crucificaron a su Único Hijo.

Sin embargo, son éstos mismos dolores los que entrevén una alegría profunda que se hará manifiesta en todo aquél que logra encontrarse con este Varón de dolores.
No es una alegría que pueda clasificarse para unos o todos, sino que, es una alegría que a cada hombre posee de manera distinta, pero que, en todo sentido, terminan de igual forma siendo poseídos por Jesús.